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domingo, 8 de noviembre de 2009

Sinfonia Eterna de Rebeca San Román... "La no Meyer chilena"



Empieza la primavera, pero hoy Santiago amanece nublado. Rebeca F. San Román se alegra. "Yo debería vivir en algún país como Noruega", dice mientras camina por Providencia. Lleva lentes oscuros, botas que estilizan su figura, el cabello azabache perfectamente peinado y una vestimenta que combina cuero con vuelos negros, no muy lejana a la de un gótico. Alguna vez ese fue su estilo. Ya no, dice. Pero quedará una prueba de su pasado: el amor entre Amaya, una universitaria seducida por la muerte, y Nicholas, un vampiro que ha vagado más de 200 años por el mundo. Son los protagonistas de la primera novela de Rebeca, Sinfonía eterna.
Sí, se trata de la respuesta chilena al boom de Stephenie Meyer y los vampiros. La carta de editorial Alfaguara para aprovechar el inusitado éxito de la saga Crepúsculo. Pasó por casualidad: hace más de un año, y después de circular entre libreros de Santiago, llegó a la editorial la primera versión de Sinfonía eterna. Meyer reventaba el ranking y en las manos de los editores Francisco Ortega y Andrea Viu había una historia de amor, protagonizada por vampiros y góticos que se movían en el barrio Lastarria. Un diamante en bruto.
Rebeca cortó 400 páginas de las casi 800 del original, el título fue cambiado, se diseñó una portada ligeramente inspirada en las de Crepúsculo y ya: en la Feria del Libro de Santiago Amaya y Nicholas verán la luz del día. Rebeca asiente alegre, pero algo resignada: "La idea es que la gente lea la novela, y si tengo que sacrificar algunas cosas, estoy dispuesta", dice.
NOCHE EN EL BELLAS ARTES
El sacrificio es pasar por la Meyer chilena. A Rebeca, periodista de 26 años, no le gusta Crepúsculo: "Creo que es dañina para los lectores. Meyer tiene una visión neoconservadora latente en sus libros. Es superficial, no toca ninguno de los temas fundamentales del vampirismo", denuncia.
Fanática del Romanticismo ("la última gran revolución cultural"), le gustan los vampiros clásicos: antes que Drácula de Bram Stoker, prefiere El vampiro de John William Polidori y es devota de Milton y Lord Byron. Directamente desde el siglo XVII viene el tono de Sinfonía eterna: un romance inevitablemente trágico. San Román lo dice así: "La historia indaga en la oposición entre la eternidad y la seducción de la muerte. También es sobre la necesidad del ser humano de olvidar para poder seguir adelante".
La que no puede olvidar es Amaya, una estudiante de Historia del Arte que a duras penas se recupera de la muerte de su madre. Al inicio del libro, entra casi de casualidad al Museo de Bellas Artes poco antes de la hora del cierre. El cuidador, su amigo, la deja pasar. En la Sala Matta, descubre que están montando una exposición del pintor romántico Caspar David Friedrich. Ahí ve a Nicholas, un joven de cabello largo rubio, rostro distante y ojos azul piedra. La conexión es inmediata: él, un "cazador que no siente el menor respeto por la vida", ha venido por ella.

ALGO LOS LIGA EN EL TIEMPO
El telón de fondo para la imposible relación entre Amaya y Nicholas es "la ruta gótica de Santiago", según Rebeca. Amaya y sus amigos, un grupo a quienes les dicen "los oscuros" y "destilan amargura", van a un club llamado Infierno y pasean por el barrio Lastarria, el Cementerio General, el Cerro Santa Lucía, el Parque Japonés del San Cristóbal y el Parque Forestal. Pero el secreto está en otra parte: en la Iglesia San Francisco.
A ratos aventura adolescente, oscura y trágica, Sinfonía eterna es sólo el primer paso para Rebeca. "Todos me dicen que es tan negra la novela. Yo creo que está llena de fe, idealismo y romanticismo ingenuo. Los personajes creen que el amor y que la vida tienen algún sentido, yo ya no creo que sea así. Mi próxima novela va a ser distinta", dice.

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